viernes, 11 de marzo de 2011

La gorda feliz

Quien me conoce sabe que no me gusta bailar, mucho menos me gusta la música que las mayorías definen como "alegre". No aguanto mucho rato la música que aquí llaman "pachanga".
Eso no quita que eventualmente vaya a fiestas. No lo puedo evitar así quisiera, es parte de mi trabajo. Suena raro, pero es parte de mi trabajo estar ahí. Estar ahí y ver a la gente bailar canciones pegadizas de letras tontas, verlos hacer coreografías, verlos brincar extasiados cuando suena el pitido que anuncia el inicio de la llamada hora loca. Algunas veces yo también me mezclo entre la multitud y hago lo mismo. No lo voy a negar.
Alguna vez una compañera de trabajo me preguntó si me gustan las baladas, dije que no y me respondió entonces nunca te has enamorado. No lo sé, supongo que si me casé hace unos años, fue porque debo haber estado enamorado. O creí estarlo. Creo que si la amé, estoy convencido de eso, pero con los años uno recuerda cómo percibió la realidad en ese momento. No cómo sucedieron las cosas en realidad.
Mi ex esposa dice que nunca la amé, porque por definición (suya) el amor verdadero es eterno. Dejé de amarla (ficticiamente porque si hubiera sido real nunca habría podido dejar de amarla), ergo, nunca la amé de verdad. Viéndolo escrito me parece una gran estupidez lo que dijo, un juego de palabras burdo, pero en el momento bastó para hacerme sentir bastante mal.
A mi ex esposa nunca le gustó la música que yo escucho. Decía que si se suponía que estaba feliz, debía escuchar canciones "alegres". En algún momento de mi matrimonio, fui feliz, o creo haberlo sido. Pero nunca me ha provocado escuchar canciones "alegres".
Nunca me verás sintonizar la radio en una estación salsera para alegrarme el día, como me hace algunos días me dijiste que tú acostumbras hacer. Tampoco voy a dedicarte una meliflua balada-salsera (o salsa-balada) de Marc Anthony. Antes que eso, preferiría no verte nunca más.
Quizás nunca sea un hombre feliz, quizás nunca lo fui, pero cuando vi en aquella discoteca a la gorda feliz supe que estaba viendo a una persona especial.
De mala gana había accedido a ir a esa discoteca con unos amigos, pero ante la insistencia de uno de ellos acepté ser parte del grupo.
Pasada la medianoche entramos en grupo y nos ubicamos en diferentes lugares. Mientras me tomaba una cerveza pensaba cuánto rato iría a estar ahí y observaba con curiosidad al animador que se cree ingenioso convocando a un concurso de baile, a la pareja de baile que baila para lucirse ante los demás, al grupo de chicas solas que gusta de ignorar a los chicos que las sacan a bailar.
Nunca supe tu nombre, nunca lo sabré. Tan sudorosa como jubilosa, te distinguí en medio de ese mar humano. Parecías estar sola, absorta moviéndote al compás de aquella canción.
Me llamaste la atención por un motivo. Yo me sentía tan fuera de lugar como tú te mostrabas tan feliz.
Parecías saber los pasos de baile precisos, en tu rostro había una expresión de concentración pero a la vez te mostrabas exultante.
Desde aquella noche cada vez que entro a una discoteca, te busco, busco a la gorda feliz. O a una que sea como tú. Quiero que me expliques cómo hacer para pasarla bien. Quizás ser despreocupado, quizás olvidar por un momento que esa música no me gusta o quizás algún secreto que espero alguna vez me reveles.

lunes, 7 de marzo de 2011

Valentín

Han pasado 3 semanas desde el 14 de febrero. Confieso que nunca me gustó ese día, sólo hay uno que recuerdo y me hace sonreir. Fue hace muchos años, mi hermano me abrazó y me dijo feliz día de la amistad, gracias por ser mi mejor amigo. Aunque nuestras vidas hayan tomado rumbos diferentes, sabes que siempre estaré ahí para ti. Y sé que tú siempre estarás ahí para mí. Es el único San Valentín que recuerdo con cariño.
Después de ese, nada digno de recordarse. Ni siquiera cuando estuve casado tuve catorces de febrero para recordar con cariño. Sólo recuerdos amargos o en el mejor de los casos, salidas con personas de paso intrascendente en mi vida.
Un día como ése fue la primera vez que me dijiste que me vaya de la casa, ya habíamos hablado de que nuestro matrimonio no daba para más, pero esa fue la primera vez que me dijiste claramente que querías que me vaya.
A veces pienso en que escogiste a propósito ese día para decírmelo, siempre envidié ese timing tan tuyo para golpearme en el momento preciso para hacerme sentir más el golpe. Me conoces muy bien, aprendiste a conocerme bien, te dejé que me conozcas bien. Te dejé ver más allá del personaje que construí para que perciba el mundo.
Pienso y pienso, recuerdo y recuerdo. Y no se me viene ningún catorce de febrero que valga la pena recordar. Sólo un par que me hacen esbozar una sonrisa, pues habrán sido personajes intrascendentes pero fueron una buena compañía para ese momento.
He llegado a la conclusión, después de tantos años de que yo no sirvo para hacer planes en fechas de celebraciones masivas. No esperes que vaya a tu fiesta de cumpleaños, tampoco un detalle de San Valentín, no te pediré que me acompañes en mi cumpleaños, no te haré ningún regalo de Navidad, ni recibiremos juntos el Año Nuevo. Nunca lo esperes de mí. Nunca.