Han pasado 3 semanas desde el 14 de febrero. Confieso que nunca me gustó ese día, sólo hay uno que recuerdo y me hace sonreir. Fue hace muchos años, mi hermano me abrazó y me dijo feliz día de la amistad, gracias por ser mi mejor amigo. Aunque nuestras vidas hayan tomado rumbos diferentes, sabes que siempre estaré ahí para ti. Y sé que tú siempre estarás ahí para mí. Es el único San Valentín que recuerdo con cariño.
Después de ese, nada digno de recordarse. Ni siquiera cuando estuve casado tuve catorces de febrero para recordar con cariño. Sólo recuerdos amargos o en el mejor de los casos, salidas con personas de paso intrascendente en mi vida.
Un día como ése fue la primera vez que me dijiste que me vaya de la casa, ya habíamos hablado de que nuestro matrimonio no daba para más, pero esa fue la primera vez que me dijiste claramente que querías que me vaya.
A veces pienso en que escogiste a propósito ese día para decírmelo, siempre envidié ese timing tan tuyo para golpearme en el momento preciso para hacerme sentir más el golpe. Me conoces muy bien, aprendiste a conocerme bien, te dejé que me conozcas bien. Te dejé ver más allá del personaje que construí para que perciba el mundo.
Pienso y pienso, recuerdo y recuerdo. Y no se me viene ningún catorce de febrero que valga la pena recordar. Sólo un par que me hacen esbozar una sonrisa, pues habrán sido personajes intrascendentes pero fueron una buena compañía para ese momento.
He llegado a la conclusión, después de tantos años de que yo no sirvo para hacer planes en fechas de celebraciones masivas. No esperes que vaya a tu fiesta de cumpleaños, tampoco un detalle de San Valentín, no te pediré que me acompañes en mi cumpleaños, no te haré ningún regalo de Navidad, ni recibiremos juntos el Año Nuevo. Nunca lo esperes de mí. Nunca.
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