Es tarde y recibo un mensaje tuyo que dice ¿a qué hora vas a venir? Estuviste molesta conmigo esa tarde, pero molesta de juego. Sabes que me gusta molestarte y que tus labios me saben más dulces cuando estás molesta.
Un rato después, recibo otro en el que me preguntas si le temo a las arañas (la verdad que no, no les temo).
Termino lo que tenía que hacer y te llamo.
Escucho tu voz agobiada, tengo ganas de llorar dices. ¿Quieres que vaya a ayudarte? te pregunto. Estoy listo para salir remarco. Es tarde por la noche y estoy cansado, pero te digo que en quince minutos estoy en tu casa.
Parto a la carrera, me detengo en una estación de servicio y te compro la gaseosa que me pediste y tu golosina favorita.
Llego y todo está revuelto, cajas a medio llenar de enseres y adornos, rumas de periódicos para envolverlos. Me paseo por la sala, el comedor, la cocina y el dormitorio.
Te doy un fuerte abrazo y un beso, estoy de mal humor dices. No importa te contesto.
No te has dado cuenta pero observo atentamente los detalles de cada ambiente, ésta será la última vez que entre es esta casa. Esta casa que guarda historias nuestras. No te lo digo pero siento que también me mudo.
Hay tres arañas que tienes que matar me dices y me sacas del ensimismamiento en el que estoy. Me quito las zapatillas y mato dos. La tercera se escapa pero no por mucho tiempo porque también morirá aplastada por mi zapatilla derecha.
Entonces, era cierto que no le tienes miedo a las arañas dices. Claro que no les tengo miedo respondo.
Armo tres grandes cajas de cartón que compraste en una casa comercial, después que termino comienzas a guardar en ellas los libros de tu estante. Hojeas tus diarios, algunos por última vez, te veo en silencio. Es un momento tuyo y lo respeto.
Me enseñas los set list de conciertos de uno de nuestros grupos favoritos, están de la p*** madre te digo, estos si los tienes que conservar (me agrada poder decir groserías delante tuyo).
Pienso en que por alguna ilógica razón que aún no determino, nunca hemos asistido juntos a algún concierto de ese grupo. Ya habrá oportunidad me digo a mí mismo.
Hojeo libros de autores del siglo de oro español. No los leo desde el colegio.
¡Ay, mísero de mí, ay infelice! leo en voz alta y me dices no te burles oye. No me estoy burlando te respondo. La Vida es Sueño si me gusta, añado.
Paso las páginas hasta encontrar el pasaje que quiero leer:
Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba de unas yerbas que comía.
¿Habrá otro —entre sí decía— más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo que iba otro sabio
cogiendo las hojas que él arrojó.
Lo leo en voz alta y te digo este es el pasaje que estaba buscando. Recuerdo que alguna vez me lo recitaste de memoria hace buen tiempo.
Otro libro tuyo me llama la atención y lo hojeo. Me divierte lo que dice. Te pregunto si me lo puedes prestar, es mala idea prestar libros me dices. Pero soy yo replico, yo si te lo voy a devolver.
Me lo prestas con dudas. No te preocupes, te lo voy a devolver recalco (aún no te lo he devuelto, pero es que aún no lo he terminado).
Es tarde y mañana hay que trabajar te digo. Enciendes un cigarrillo, lo fumas despacio.
Terminas. Cojo mis cosas con pesadez y lentitud, no quiero pero me tengo que ir.
Te abrazo con fuerza y te beso muchas veces como siempre lo hago al despedirnos, sonríes y me dices hablamos mañana al despedirte. Enciendo el auto, entre soñoliento y sonriente. Espero con ansias el mañana para volver a verte.
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