Hoy me contaste que te gusta escribir con pluma, es curioso. Ambos sabemos que nos gusta escribir, que tenemos cuadernos pero nunca habíamos hablado de con qué nos gusta escribir.
De niño una de las cosas que más me gustaba de mi papá eran sus finos lapiceros.
Peleaba con mis hermanas por obtener su lapicero. Me sentía grande y poderoso utilizando su lapicero, me sentía como él o mejor dicho como yo lo veía a él entonces.
Sentía que podía llevar con honor y estilo su nombre y apellido (como la mayoría de hijos varones llevo su nombre).
Mi papá es un hombre afable y divertido, sin embargo, de niño me invadía una mezcla de temor reverencial y su ascendencia me hacía sentir avasallado. Lo paradójico de esto, es que él nunca quiso transmitírmelo.
Compartimos el gusto por los lapiceros finos, hacia el final de mi etapa escolar recibí uno de los regalos que aún atesoro: una pluma que había sido de mi hermana mayor.
Con esa pluma escribí mis cuadernos y exámenes universitarios, con esa pluma escribí mis primeras historias, mis primeros bosquejos de cuentos, mis aventuras y desventuras.
Como te dije hoy, igual que tú, yo no creo que cualquiera pueda escribir con una pluma, pero además siento que una pluma tiene una fuerza propia. Estoy seguro que esos escritos me trascenderán (lo que no significa necesariamente que quien los lea los considere trascendentes), no se van a despintar con el olvido, me van a sobrevivir.
Ahora esa pluma está rota, ya no escribo a mano hace buen tiempo. Un lapicero común no danza sobre el papel, no deja ver la fuerza con la que escribiste, no deja ver si cayeron lágrimas, no tiene fuerza ni personalidad propia.
Necesito una nueva pluma que se mueva grácilmente al son de mi mano, ha pasado mucho tiempo y extraño escribir con mi pluma en ese viejo cuaderno.
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