En mi familia respiramos fútbol todo el tiempo. Mi papá, un jugador que se resiste al retiro, me enseñó dos cosas en la vida: que el fútbol es como la vida y que en una cancha todo puede pasar como pasa también en la vida.
Me gusta mucho el fútbol, sólo hay un equipo al que le tengo lealtad absoluta, pero le tengo simpatía a algunos equipos de países diferentes al mío y sigo sus campañas a la distancia (aunque en estos tiempos de fácil acceso a la información ya no es tan complicado como a mediados de los 80 e inicios de los 90).
Uno de estos equipos es Boca Juniors, lo sigo desde antes de que se pusiera de moda a nivel latinoamericano. Recuerdo que de chico esperaba con avidez que llegue a mi casa el Gráfico con las (escasas por entonces) victorias xeneizes. Leía sobre las últimas locuras de Gatti, las excentricidades del Mono Navarro Montoya, las jugadas del Chino Tapia, Jorge Comas, Blas Giunta, el Manteca Martínez, Diego Latorre y del Beto Márcico.
Algún tiempo después llegaron Caniggia, Cagna, retornó Maradona y comenzaron los problemas en la familia. Pues nunca antes me había podido imaginar tener un hermano hincha de River. Al igual que yo, él también leía con avidez el Gráfico pero él tenía sus propios ídolos, diferentes a los míos por cierto. El Príncipe Enzo Francescoli, el Burrito Ortega, el Muñeco Gallardo, Hernán Crespo, Roberto Ayala, Germán Adrián Ramón Burgos, el Negro Astrada, Juanpi Sorín, el Pelado Almeyda y el Mencho Ramón Medina Bello.
Siempre fuiste mejor jugador que yo y si hubiéramos jugado en el mismo equipo tú hubieras sido Francescoli y yo el Negro Astrada. O tu Riquelme y yo el Vasco Arruabarrena.
Te recuerdo alto y flaco, gambeteando con clase a los rivales siempre con la mirada arriba, un altivo caballero en la cancha. Como el gran Enzo.
Viví contigo la Copa del 96. Después de dejar atrás al Sporting Cristal, San Lorenzo y U de Chile, sufrimos la derrota en Cali y gritamos con furia los goles de Crespo en el Monumental aquella lejana noche de junio. Un recibimiento espectacular al equipo de la banda y un 2-0 inobjetable para desatar la locura. Ver al Enzo alzar la Copa Libertadores me hizo sentir feliz por ti. Y dentro de mi corazón futbolero no podía dejar de hacerle lugar a la admiración a tan notable jugador.
Hace unas semanas sufriste el descenso, yo también lo sentí contigo a la distancia, a pesar de que ya se veía venir. Los jugadores y dirigentes actuales por respeto a Angelito Labruna, el Charro Moreno, Adolfito Pedernera, el Pipo Rossi, Ermindo Daniel Onega, el Beto Alonso y el Príncipe Enzo Francescoli no debieron dejar que River se vaya a la B. Pero no hicieron nada por evitarlo, cegados por la soberbia.
Espero que solo sea un hasta luego al eterno rival, ya no juego fútbol con mi hermano hace mucho tiempo pero ambos esperamos con ansias volver a enfrentarnos y tras el pitazo final darnos un fuerte abrazo.
Huraño. Taciturno e introspectivo para algunos. Lúgubre y sórdido para otros.
miércoles, 27 de julio de 2011
martes, 26 de julio de 2011
Dimensión desconocida
Esto si merece un post aparte, es algo que nunca más se volvió a repetir y debo contarlo. Entre las razones que tenía para gustar de fumar marihuana es que cada viaje era una sensación diferente. Cada vez fue diferente, nunca fue igual, para mí es la droga perfecta.
Esa noche, bebimos varias cervezas y caminamos sin rumbo como lo hacíamos habitualmente. Después de un buen rato llegamos a una residencial de edificios, así que nos sentamos en la oscura entrada de uno de esos viejos edificios y comenzamos a rolear los pitillos mientras bebíamos unas cervezas.
Estuvimos tonteando y conversando largo rato sobre un parque al que había que visitar, así que entre mareado y atontado fui a orinar a un árbol por ahí y propuse ir al tan mentado parque.
Caminamos sin rumbo, sin encontrar el camino al parque caliente, así lo llamamos, el parque caliente.
Tengo algunos años sobrio y es cierto, ese parque es caliente, no fue efecto del alcohol ni de los psicoactivos. He pasado por ahí tiempo después y si es caliente. Se los puedo asegurar.
Conforme nos acercábamos, se sentía un creciente bochorno a pesar de que era una madrugada invernal. El Fotógrafo no dejaba de reirse y nos repetía a cada momento: se los dije, se los dije, este es el parque caliente. No entendí, no entiendo ni nunca entenderé por qué es caliente pero sentí ese bochorno ahí.
Después de dar vueltas buen rato el Fotógrafo, el Músico, el Trovador y yo emprendimos el camino de regreso a nuestro barrio, en ese trayecto sentí algo que nunca más volví a sentir.
Caminábamos por la avenida que lleva a la casa donde sigo viviendo, pero en cada trecho que avanzábamos, sentía que me alejaba más de mi casa.
A cada paso la veía más lejos, al caminar retrocedía o sentía que retrocedía y nos alejábamos más. Le dije al Músico, si queremos llegar a la casa tenemos que caminar de espaldas, si caminamos de frente nos vamos a alejar más.
Yo también siento que nos alejamos me dijo, pero pensé que era cosa mía.
No sé ni nunca sabré que le pasó a mi cerebro esa noche pero podría jurar que al caminar nos alejábamos más, no recuerdo cómo llegué a mi casa esa vez.
Quizás algún día encuentre una explicación a esa sensación.
Esa noche, bebimos varias cervezas y caminamos sin rumbo como lo hacíamos habitualmente. Después de un buen rato llegamos a una residencial de edificios, así que nos sentamos en la oscura entrada de uno de esos viejos edificios y comenzamos a rolear los pitillos mientras bebíamos unas cervezas.
Estuvimos tonteando y conversando largo rato sobre un parque al que había que visitar, así que entre mareado y atontado fui a orinar a un árbol por ahí y propuse ir al tan mentado parque.
Caminamos sin rumbo, sin encontrar el camino al parque caliente, así lo llamamos, el parque caliente.
Tengo algunos años sobrio y es cierto, ese parque es caliente, no fue efecto del alcohol ni de los psicoactivos. He pasado por ahí tiempo después y si es caliente. Se los puedo asegurar.
Conforme nos acercábamos, se sentía un creciente bochorno a pesar de que era una madrugada invernal. El Fotógrafo no dejaba de reirse y nos repetía a cada momento: se los dije, se los dije, este es el parque caliente. No entendí, no entiendo ni nunca entenderé por qué es caliente pero sentí ese bochorno ahí.
Después de dar vueltas buen rato el Fotógrafo, el Músico, el Trovador y yo emprendimos el camino de regreso a nuestro barrio, en ese trayecto sentí algo que nunca más volví a sentir.
Caminábamos por la avenida que lleva a la casa donde sigo viviendo, pero en cada trecho que avanzábamos, sentía que me alejaba más de mi casa.
A cada paso la veía más lejos, al caminar retrocedía o sentía que retrocedía y nos alejábamos más. Le dije al Músico, si queremos llegar a la casa tenemos que caminar de espaldas, si caminamos de frente nos vamos a alejar más.
Yo también siento que nos alejamos me dijo, pero pensé que era cosa mía.
No sé ni nunca sabré que le pasó a mi cerebro esa noche pero podría jurar que al caminar nos alejábamos más, no recuerdo cómo llegué a mi casa esa vez.
Quizás algún día encuentre una explicación a esa sensación.
Desorientado
No sé que hora es, pero ya comienza a clarear. Ya perdí la cuenta de cuantos pitillos de marihuana hemos fumado. No nos vamos hasta que se acabe dice el Músico, y no me puedo negar. Eres mi mejor amigo, al que más quiero, el que más me conoce, el que más me entiende, eres el amigo quien siempre supo que no tuve los cojones para enfrentar a mi papá y decirle que en realidad quería estudiar literatura, eres el amigo que siempre supo que me faltó confianza en mi mismo para decidirme a estudiar filosofía como tantas veces lo conversamos.
Estamos los de siempre, pero nosotros somos de los que nos quedamos hasta el final. Seré pollo pero ahí estoy, hasta el final como tiene que ser.
Junto con tu hermano el Trovador, otro gran amigo mío al que quiero muchísimo, soy de los mayores y ya es costumbre que deje a cada uno en su casa y después sabe Dios cómo, termino echado en mi cama apestando a una mezcla de alcohol y marihuana.
Después del enésimo pitillo comienzo a temblar, no puedo hablar porque me tiembla la mandíbula también, la pierna derecha me rebota. Te comienzas a reir, yo también comienzo a reir, saludo a gente inexistente que pasa por la calle frente al parque en el que estamos.
Uno del grupo me dice que comience a saltar porque se me debe haber bajado la presión, tienes que hacer algo de ejercicio, así que completamente ebrio y drogado con el corazón latiendo 300 veces por minuto, comienzo a hacer planchas en el parque frente a mi casa en la madrugada.
A estas alturas algunos desertan, incluido tu hermano, que es también mi hermano, siempre lo vence el sueño.
Sin saber cómo, entramos a tu casa, comemos un arroz con frejoles y freimos un par de huevos antes de que me vaya a mi casa sin saber cómo, esas dos cuadras son larguísimas en ese estado.
Debes acordarte de aquella noche que esnifamos cocaína hasta que caí inconsciente en tu casa hasta las 4pm del día siguiente.
Recordarás también aquel cumpleaños mío en el que todos terminamos drogados y ebrios, traer marihuana era la condición sine qua non para ser invitado, me regalaste un moño gigante. Ese fue el mejor cumpleaños de mi vida, después ya no lo volví a celebrar, ya no era lo mismo sin yerba. Nunca después nadie me ha dicho tú eres el diablo, aléjate de mí.
Tengo para escribir muchísimas historias como estas, muchísimas. Pero ahora ya somos papás, llegó el momento de parar. Hace varios años que no escucho que me llamen Señor Marihuana ni me despierto ahogándome en la sangre que sale de mi nariz.
Me corté el pelo y me afeité la barba, comencé a trabajar y me volví un pequeño burgués. A tu estilo tú también lo hiciste, pasamos los 30 años y no morimos de una sobredosis como pensábamos que iba a suceder.
Felizmente no morimos, seguimos vivos para darles amor a nuestras hijas, con hijas como las que tenemos si vale la pena vivir.
Estamos los de siempre, pero nosotros somos de los que nos quedamos hasta el final. Seré pollo pero ahí estoy, hasta el final como tiene que ser.
Junto con tu hermano el Trovador, otro gran amigo mío al que quiero muchísimo, soy de los mayores y ya es costumbre que deje a cada uno en su casa y después sabe Dios cómo, termino echado en mi cama apestando a una mezcla de alcohol y marihuana.
Después del enésimo pitillo comienzo a temblar, no puedo hablar porque me tiembla la mandíbula también, la pierna derecha me rebota. Te comienzas a reir, yo también comienzo a reir, saludo a gente inexistente que pasa por la calle frente al parque en el que estamos.
Uno del grupo me dice que comience a saltar porque se me debe haber bajado la presión, tienes que hacer algo de ejercicio, así que completamente ebrio y drogado con el corazón latiendo 300 veces por minuto, comienzo a hacer planchas en el parque frente a mi casa en la madrugada.
A estas alturas algunos desertan, incluido tu hermano, que es también mi hermano, siempre lo vence el sueño.
Sin saber cómo, entramos a tu casa, comemos un arroz con frejoles y freimos un par de huevos antes de que me vaya a mi casa sin saber cómo, esas dos cuadras son larguísimas en ese estado.
Debes acordarte de aquella noche que esnifamos cocaína hasta que caí inconsciente en tu casa hasta las 4pm del día siguiente.
Recordarás también aquel cumpleaños mío en el que todos terminamos drogados y ebrios, traer marihuana era la condición sine qua non para ser invitado, me regalaste un moño gigante. Ese fue el mejor cumpleaños de mi vida, después ya no lo volví a celebrar, ya no era lo mismo sin yerba. Nunca después nadie me ha dicho tú eres el diablo, aléjate de mí.
Tengo para escribir muchísimas historias como estas, muchísimas. Pero ahora ya somos papás, llegó el momento de parar. Hace varios años que no escucho que me llamen Señor Marihuana ni me despierto ahogándome en la sangre que sale de mi nariz.
Me corté el pelo y me afeité la barba, comencé a trabajar y me volví un pequeño burgués. A tu estilo tú también lo hiciste, pasamos los 30 años y no morimos de una sobredosis como pensábamos que iba a suceder.
Felizmente no morimos, seguimos vivos para darles amor a nuestras hijas, con hijas como las que tenemos si vale la pena vivir.
Sin salida
Me choco ante una pared de vidrio, es raro, me siento desorientado. He estado varias veces antes aquí, pero como la primera vez, me siento desorientado.
Puedo ver una gran cocina de aluminio reluciente en una habitación completamente impecable. La grifería es de lujo, la mesa es de un grueso cristal y el armazón de las sillas es de un color negro brillante.
Quiero atravesar la mampara y me doy de cara contra el grueso vidrio, me siento aún más desorientado.
Se supone que debería haber alguien en la casa pero no hay nadie, no hay nadie aparentemente pero siento una presencia en toda la casa.
Siento escalofríos pero abro la puerta de la cocina, giro la perilla color caoba y entro, me sirvo un vaso con agua pues la ansiedad me deja la boca seca. Miro alrededor, los muebles de la cocina son transparentes, puedo ver la refinada vajilla dentro, en los cajones de la parte baja puedo ver los relucientes cubiertos.
Lavo mi vaso y voy rumbo a la sala, me vuelvo a golpear con la puerta de vidrio, veo los muebles de cuero negro pero me da miedo sentarme. No sé a que parte de la casa ir, siento que hay alguien más, volteó y veo las caras deformadas de mi esposa y de mi hija. Una mueca grotesca deforma sus rostros, me desvanezco y desesperadamente me arrastro hacia la puerta de servicio, siento sus miradas detrás mío pero me da miedo volver la vista atrás, empujo la puerta y siento una ola de fuego que me quema, entre las llamas distingo una cara monstruosa. Grito aterrado y escucho la voz de mi esposa diciéndome que me despierte, que todo ha sido una pesadilla. Durante muchas noches se repitió el mismo sueño y lo sentí tan real, podría hasta dibujar esa casa. Algunas veces cuando cierro los ojos, la vuelvo a ver y siento el mismo terror. Quisiera no volver a entrar a esa casa pero no puedo estar tan seguro de que no volveré a entrar.
Puedo ver una gran cocina de aluminio reluciente en una habitación completamente impecable. La grifería es de lujo, la mesa es de un grueso cristal y el armazón de las sillas es de un color negro brillante.
Quiero atravesar la mampara y me doy de cara contra el grueso vidrio, me siento aún más desorientado.
Se supone que debería haber alguien en la casa pero no hay nadie, no hay nadie aparentemente pero siento una presencia en toda la casa.
Siento escalofríos pero abro la puerta de la cocina, giro la perilla color caoba y entro, me sirvo un vaso con agua pues la ansiedad me deja la boca seca. Miro alrededor, los muebles de la cocina son transparentes, puedo ver la refinada vajilla dentro, en los cajones de la parte baja puedo ver los relucientes cubiertos.
Lavo mi vaso y voy rumbo a la sala, me vuelvo a golpear con la puerta de vidrio, veo los muebles de cuero negro pero me da miedo sentarme. No sé a que parte de la casa ir, siento que hay alguien más, volteó y veo las caras deformadas de mi esposa y de mi hija. Una mueca grotesca deforma sus rostros, me desvanezco y desesperadamente me arrastro hacia la puerta de servicio, siento sus miradas detrás mío pero me da miedo volver la vista atrás, empujo la puerta y siento una ola de fuego que me quema, entre las llamas distingo una cara monstruosa. Grito aterrado y escucho la voz de mi esposa diciéndome que me despierte, que todo ha sido una pesadilla. Durante muchas noches se repitió el mismo sueño y lo sentí tan real, podría hasta dibujar esa casa. Algunas veces cuando cierro los ojos, la vuelvo a ver y siento el mismo terror. Quisiera no volver a entrar a esa casa pero no puedo estar tan seguro de que no volveré a entrar.
Contigo pero solo
Me levanto de madrugada para fumar un cigarrillo, no sé si tu te das cuenta de que ya no estoy en la cama en la que dormimos.
Sería un eufemismo decir que la compartimos, estamos casados y vivimos juntos, pero eso es solo una etiqueta. No compartimos nada en realidad, duermes en diagonal y te agarras toda la colcha. Duermo de costado pegado al borde de la cama y miro hacia la ventana que da al patio del primer piso.
El cuerpo tibio que antes me daba calor, ahora sólo me da frío.
Que te cojas toda la colcha es lo de menos, ese es un problema menor, mientras estoy echado recuerdo el tiempo cuando dormíamos abrazados y te acurrucabas para sentir calor.
Los tiempos cambian, me siento más solo que nunca, contigo pero solo. Lloro en silencio, nunca antes me he sentido tan infeliz y tan fuera de lugar.
Me levanto y cojo el encendedor y la cajetilla que pongo en el marco de la ventana. Voy al cuarto contiguo y veo dormir plácidamente a mi hija bebé, me sorprende que se mueva tanto. Me siento a su lado y sin hacer ruido la observo dormir un buen rato.
Me levanto y camino a oscuras, apenas distingo los muebles entre las penumbras. Abro la ventana del pasillo que da al patio, enciendo un cigarrillo, escucho los ronquidos de la empleada de la casa. Me pregunto cómo hace para ser tan feliz, cómo hace para sonreir siempre si trabaja como quince horas al día y mi esposa es la jefa más explotadora que he conocido.
Normalmente procuro llegar tarde a mi casa para no encontrar despierta a mi esposa, a veces encuentro despierto a la empleada y me pongo a conversar con ella, es la única persona de la casa que me recibe con una sonrisa y se alegra al verme llegar. Me sirve me comida y me pregunta como me va, me cuenta como estuvo mi hija durante el día. Sólo le falta hacerme el amor para comportarse como quisiera que se comporte mi esposa.
A la muchacha aparentemente no le molesta que no sea sociable, que sólo vea fútbol en la TV y que no me acuerde de todos los detalles de las historias que me cuenta.
Vuelvo a la realidad, una vida en común no se construye sólo a partir de esas condiciones, pero que bonito sería que la vida en común sea así de fácil. Lamentablemente no lo es.
Salgo de mi abstracción y camino hacia la puerta que da al pasillo de la calle, me apoyo en la baranda y miro las casas vecinas, veo sus luces apagadas y pienso que dentro de esas casas también se escriben historias tristes y de desesperación como la mía.
No sé cuántos cigarrillos he fumado y no sé qué hora es, pero comienza a clarear. Comienza un nuevo día.
Sería un eufemismo decir que la compartimos, estamos casados y vivimos juntos, pero eso es solo una etiqueta. No compartimos nada en realidad, duermes en diagonal y te agarras toda la colcha. Duermo de costado pegado al borde de la cama y miro hacia la ventana que da al patio del primer piso.
El cuerpo tibio que antes me daba calor, ahora sólo me da frío.
Que te cojas toda la colcha es lo de menos, ese es un problema menor, mientras estoy echado recuerdo el tiempo cuando dormíamos abrazados y te acurrucabas para sentir calor.
Los tiempos cambian, me siento más solo que nunca, contigo pero solo. Lloro en silencio, nunca antes me he sentido tan infeliz y tan fuera de lugar.
Me levanto y cojo el encendedor y la cajetilla que pongo en el marco de la ventana. Voy al cuarto contiguo y veo dormir plácidamente a mi hija bebé, me sorprende que se mueva tanto. Me siento a su lado y sin hacer ruido la observo dormir un buen rato.
Me levanto y camino a oscuras, apenas distingo los muebles entre las penumbras. Abro la ventana del pasillo que da al patio, enciendo un cigarrillo, escucho los ronquidos de la empleada de la casa. Me pregunto cómo hace para ser tan feliz, cómo hace para sonreir siempre si trabaja como quince horas al día y mi esposa es la jefa más explotadora que he conocido.
Normalmente procuro llegar tarde a mi casa para no encontrar despierta a mi esposa, a veces encuentro despierto a la empleada y me pongo a conversar con ella, es la única persona de la casa que me recibe con una sonrisa y se alegra al verme llegar. Me sirve me comida y me pregunta como me va, me cuenta como estuvo mi hija durante el día. Sólo le falta hacerme el amor para comportarse como quisiera que se comporte mi esposa.
A la muchacha aparentemente no le molesta que no sea sociable, que sólo vea fútbol en la TV y que no me acuerde de todos los detalles de las historias que me cuenta.
Vuelvo a la realidad, una vida en común no se construye sólo a partir de esas condiciones, pero que bonito sería que la vida en común sea así de fácil. Lamentablemente no lo es.
Salgo de mi abstracción y camino hacia la puerta que da al pasillo de la calle, me apoyo en la baranda y miro las casas vecinas, veo sus luces apagadas y pienso que dentro de esas casas también se escriben historias tristes y de desesperación como la mía.
No sé cuántos cigarrillos he fumado y no sé qué hora es, pero comienza a clarear. Comienza un nuevo día.
Perdóname
Hay días en los que me siento un hombre despreciable y siento que el amor que me das es inmerecido.
Tan grande como inmerecido.
Perdóname por haberme ido de la casa y faltar a la promesa que te hice.
Perdóname por enfadarme y no tener la paciencia que tú necesitas.
Perdóname por haberte hecho llorar de un grito.
Me siento culpable por haberte fallado, por no ser el padre que te mereces, por no darte la familia que te prometí, por no dedicarte el tiempo que te mereces.
Quisiera que la vida sea perfecta y poder pasar todo el tiempo contigo, jugar contigo con tus animales de juguete, construir casas para tus pequeños muñecos de caricatura y cargarte todo el tiempo que me lo pidas.
Tú no lo sabes y nunca lo sabrás, pero algunas noches lloro ante tu cuna mientras te veo dormir.
Eres la persona a quien más quiero y a quien más puedo querer, espero que algún día me perdones.
Eres una mejor persona que yo y tienen un corazón más grande, nunca lo pierdas, nunca lo malogres.
Tú eres perfecta, el imperfecto soy yo.
Eres lo mejor que me ha podido pasar en mi imperfecta vida, contigo pude conocer lo que es la perfección. Te amo hijita, te amo más que a mi vida.
Tan grande como inmerecido.
Perdóname por haberme ido de la casa y faltar a la promesa que te hice.
Perdóname por enfadarme y no tener la paciencia que tú necesitas.
Perdóname por haberte hecho llorar de un grito.
Me siento culpable por haberte fallado, por no ser el padre que te mereces, por no darte la familia que te prometí, por no dedicarte el tiempo que te mereces.
Quisiera que la vida sea perfecta y poder pasar todo el tiempo contigo, jugar contigo con tus animales de juguete, construir casas para tus pequeños muñecos de caricatura y cargarte todo el tiempo que me lo pidas.
Tú no lo sabes y nunca lo sabrás, pero algunas noches lloro ante tu cuna mientras te veo dormir.
Eres la persona a quien más quiero y a quien más puedo querer, espero que algún día me perdones.
Eres una mejor persona que yo y tienen un corazón más grande, nunca lo pierdas, nunca lo malogres.
Tú eres perfecta, el imperfecto soy yo.
Eres lo mejor que me ha podido pasar en mi imperfecta vida, contigo pude conocer lo que es la perfección. Te amo hijita, te amo más que a mi vida.
lunes, 25 de julio de 2011
Copa
Han pasado 16 años desde la última vez que la histórica celeste no sube al podio de campeón.
Recuerdo aquel ya lejano domingo 23 de julio de 1995, contigo a mi lado, tú querías que gane Brasil y yo quería que gane Uruguay, era el día de la gran final.
Habíamos visto juntos varios partidos de esa Copa América dejando las tareas escolares de lado (yo te hacía las de matemáticas y tú me hacías las de física) y la final no podía ser la excepción, teníamos que verla juntos.
Aquella tarde después de almorzar frugalmente, fui a tu casa que quedaba a unas cuadras de la mía. Tenga grabada la imagen de tu bella sonrisa enmarcada en la ventana del cuarto que compartías con tu hermana. Recuerdo con cariño a esa selección del Príncipe Francescoli, Daniel Fonseca, Gustavo Poyet, el Profesor Bengoechea y el Manteca Martínez. Francescoli es uno de mis ídolos futbolísticos, en algún momento contaré por qué, este es el momento de la Copa.
Ahora los héroes son Cachavacha Forlán, Luisito Suárez, el Ruso Pérez, Fernando Muslera y otros más.
Recuerdo tu sorpresa al oir las groserías que dije cuando Tulio metió el primer gol y también mi salto hasta el techo cuando el Profesor Bengoechea cobró el tiro libre que le dió a la Celeste el empate.
"Te lo dije, te lo dije...te dije que esa bola entraba, el Profesor no podía fallar" grité antes de abrazar tu pequeño y frágil cuerpo y besarte tantas, tantas veces.
Vimos la definición por penales tomados de las manos, tu pequeña mano encajaba perfectamente en mi manota de Pedro Picapiedra.
El penal del Manteca Martínez fue el éxtasis total, Uruguay empató a Argentina la cantidad de Copas América en el Centenario, ante Brasil en una definición por penales, a la uruguaya.
Ayer mientras veía la final con mi primo, no hacía más que recordarte, de rato en rato escuchaba los goles. No recuerdo el gol de Luisito Suárez, tampoco los de Forlán, pero recuerdo la comba perfecta del tiro libre de Bengoechea en el arco que está frente a la Colombes.
Hace mucho que no te veo, sé que tienes una hija que se llama como la mía y que eres feliz. Me alegra mucho eso, pero donde quiera que estés, a través de estas líneas que posiblemente nunca leas, quiero decirte lo mucho que te quise, fuiste la primera y la mejor. Sin ninguna duda fuiste la primera y la mejor para mí.
Recuerdo aquel ya lejano domingo 23 de julio de 1995, contigo a mi lado, tú querías que gane Brasil y yo quería que gane Uruguay, era el día de la gran final.
Habíamos visto juntos varios partidos de esa Copa América dejando las tareas escolares de lado (yo te hacía las de matemáticas y tú me hacías las de física) y la final no podía ser la excepción, teníamos que verla juntos.
Aquella tarde después de almorzar frugalmente, fui a tu casa que quedaba a unas cuadras de la mía. Tenga grabada la imagen de tu bella sonrisa enmarcada en la ventana del cuarto que compartías con tu hermana. Recuerdo con cariño a esa selección del Príncipe Francescoli, Daniel Fonseca, Gustavo Poyet, el Profesor Bengoechea y el Manteca Martínez. Francescoli es uno de mis ídolos futbolísticos, en algún momento contaré por qué, este es el momento de la Copa.
Ahora los héroes son Cachavacha Forlán, Luisito Suárez, el Ruso Pérez, Fernando Muslera y otros más.
Recuerdo tu sorpresa al oir las groserías que dije cuando Tulio metió el primer gol y también mi salto hasta el techo cuando el Profesor Bengoechea cobró el tiro libre que le dió a la Celeste el empate.
"Te lo dije, te lo dije...te dije que esa bola entraba, el Profesor no podía fallar" grité antes de abrazar tu pequeño y frágil cuerpo y besarte tantas, tantas veces.
Vimos la definición por penales tomados de las manos, tu pequeña mano encajaba perfectamente en mi manota de Pedro Picapiedra.
El penal del Manteca Martínez fue el éxtasis total, Uruguay empató a Argentina la cantidad de Copas América en el Centenario, ante Brasil en una definición por penales, a la uruguaya.
Ayer mientras veía la final con mi primo, no hacía más que recordarte, de rato en rato escuchaba los goles. No recuerdo el gol de Luisito Suárez, tampoco los de Forlán, pero recuerdo la comba perfecta del tiro libre de Bengoechea en el arco que está frente a la Colombes.
Hace mucho que no te veo, sé que tienes una hija que se llama como la mía y que eres feliz. Me alegra mucho eso, pero donde quiera que estés, a través de estas líneas que posiblemente nunca leas, quiero decirte lo mucho que te quise, fuiste la primera y la mejor. Sin ninguna duda fuiste la primera y la mejor para mí.
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