martes, 26 de julio de 2011

Contigo pero solo

Me levanto de madrugada para fumar un cigarrillo, no sé si tu te das cuenta de que ya no estoy en la cama en la que dormimos.
Sería un eufemismo decir que la compartimos, estamos casados y vivimos juntos, pero eso es solo una etiqueta. No compartimos nada en realidad, duermes en diagonal y te agarras toda la colcha. Duermo de costado pegado al borde de la cama y miro hacia la ventana que da al patio del primer piso.
El cuerpo tibio que antes me daba calor, ahora sólo me da frío.
Que te cojas toda la colcha es lo de menos, ese es un problema menor, mientras estoy echado recuerdo el tiempo cuando dormíamos abrazados y te acurrucabas para sentir calor.
Los tiempos cambian, me siento más solo que nunca, contigo pero solo. Lloro en silencio, nunca antes me he sentido tan infeliz y tan fuera de lugar.
Me levanto y cojo el encendedor y la cajetilla que pongo en el marco de la ventana. Voy al cuarto contiguo y veo dormir plácidamente a mi hija bebé, me sorprende que se mueva tanto. Me siento a su lado y sin hacer ruido la observo dormir un buen rato.
Me levanto y camino a oscuras, apenas distingo los muebles entre las penumbras. Abro la ventana del pasillo que da al patio, enciendo un cigarrillo, escucho los ronquidos de la empleada de la casa. Me pregunto cómo hace para ser tan feliz, cómo hace para sonreir siempre si trabaja como quince horas al día y mi esposa es la jefa más explotadora que he conocido.
Normalmente procuro llegar tarde a mi casa para no encontrar despierta a mi esposa, a veces encuentro despierto a la empleada y me pongo a conversar con ella, es la única persona de la casa que me recibe con una sonrisa y se alegra al verme llegar. Me sirve me comida y me pregunta como me va, me cuenta como estuvo mi hija durante el día. Sólo le falta hacerme el amor para comportarse como quisiera que se comporte mi esposa.
A la muchacha aparentemente no le molesta que no sea sociable, que sólo vea fútbol en la TV y que no me acuerde de todos los detalles de las historias que me cuenta.
Vuelvo a la realidad, una vida en común no se construye sólo a partir de esas condiciones, pero que bonito sería que la vida en común sea así de fácil. Lamentablemente no lo es.
Salgo de mi abstracción y camino hacia la puerta que da al pasillo de la calle, me apoyo en la baranda y miro las casas vecinas, veo sus luces apagadas y pienso que dentro de esas casas también se escriben historias tristes y de desesperación como la mía.
No sé cuántos cigarrillos he fumado y no sé qué hora es, pero comienza a clarear. Comienza un nuevo día.

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