No sé que hora es, pero ya comienza a clarear. Ya perdí la cuenta de cuantos pitillos de marihuana hemos fumado. No nos vamos hasta que se acabe dice el Músico, y no me puedo negar. Eres mi mejor amigo, al que más quiero, el que más me conoce, el que más me entiende, eres el amigo quien siempre supo que no tuve los cojones para enfrentar a mi papá y decirle que en realidad quería estudiar literatura, eres el amigo que siempre supo que me faltó confianza en mi mismo para decidirme a estudiar filosofía como tantas veces lo conversamos.
Estamos los de siempre, pero nosotros somos de los que nos quedamos hasta el final. Seré pollo pero ahí estoy, hasta el final como tiene que ser.
Junto con tu hermano el Trovador, otro gran amigo mío al que quiero muchísimo, soy de los mayores y ya es costumbre que deje a cada uno en su casa y después sabe Dios cómo, termino echado en mi cama apestando a una mezcla de alcohol y marihuana.
Después del enésimo pitillo comienzo a temblar, no puedo hablar porque me tiembla la mandíbula también, la pierna derecha me rebota. Te comienzas a reir, yo también comienzo a reir, saludo a gente inexistente que pasa por la calle frente al parque en el que estamos.
Uno del grupo me dice que comience a saltar porque se me debe haber bajado la presión, tienes que hacer algo de ejercicio, así que completamente ebrio y drogado con el corazón latiendo 300 veces por minuto, comienzo a hacer planchas en el parque frente a mi casa en la madrugada.
A estas alturas algunos desertan, incluido tu hermano, que es también mi hermano, siempre lo vence el sueño.
Sin saber cómo, entramos a tu casa, comemos un arroz con frejoles y freimos un par de huevos antes de que me vaya a mi casa sin saber cómo, esas dos cuadras son larguísimas en ese estado.
Debes acordarte de aquella noche que esnifamos cocaína hasta que caí inconsciente en tu casa hasta las 4pm del día siguiente.
Recordarás también aquel cumpleaños mío en el que todos terminamos drogados y ebrios, traer marihuana era la condición sine qua non para ser invitado, me regalaste un moño gigante. Ese fue el mejor cumpleaños de mi vida, después ya no lo volví a celebrar, ya no era lo mismo sin yerba. Nunca después nadie me ha dicho tú eres el diablo, aléjate de mí.
Tengo para escribir muchísimas historias como estas, muchísimas. Pero ahora ya somos papás, llegó el momento de parar. Hace varios años que no escucho que me llamen Señor Marihuana ni me despierto ahogándome en la sangre que sale de mi nariz.
Me corté el pelo y me afeité la barba, comencé a trabajar y me volví un pequeño burgués. A tu estilo tú también lo hiciste, pasamos los 30 años y no morimos de una sobredosis como pensábamos que iba a suceder.
Felizmente no morimos, seguimos vivos para darles amor a nuestras hijas, con hijas como las que tenemos si vale la pena vivir.
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